lunes, 27 de agosto de 2012
La Soledad del Maratoniano
Tanto los que llevan muchos años corriendo como los que acaban de empezar, habrán tenido esta sensación por lo menos en alguna ocasión. Algunos correrán sólo por pasar el rato sin ninguna presión, sin ninguna agenda. Tal vez ellos sean los únicos que se libren de ansiedad mezclada con melancolía.
Al poco de empezar a entrenar unos tres días por semana y tener que reducir el tiempo en algunas de las actividades que hacía normalmente entre semana, comencé a darme cuenta de la situación. Muchos de mis conocidos se extrañaban de que comenzase a ocupar mi tiempo (del poco que tenía libre), en ponerme una malla y salir a correr a las ocho de la tarde un día cualquiera de noviembre, con un tiempo no demasiado agradable. Se extrañaban de que no quisiese o no pudiese (para este caso es lo mismo), quedar con ellos, para tomar algo, ir al cine, dar un paseo...
Al principio, sientes como que no pasa nada, que es algo pasajero, que será como todo: adaptación. Después, cuando van pasando los meses, empiezas a darte cuenta que la gente no comprende exactamente qué es lo que haces. Por qué corres un día de invierno después de trabajar diez horas. Por qué te quieres acostar pronto un viernes por la noche, para levantarte a correr un sábado por la mañana.
A esto muchos lo llaman la soledad del maratoniano, del corredor. Nadie te va a comprender, sobre todo, como tú te comprendes a ti mismo. Nadie va a comprender por qué lo haces. Si fuese tan fácil de explicar, no sería tan bonito bajar de 1h 40’ en Media Maratón o no te haría tantísima ilusión terminar una Maratón. Aquí entra en juego el ser comprendido (imposible), como la necesidad de ser comprendido, que es innata al ser humano. A todo el mundo le gusta que se interesen por lo que hace, en lo que trabajan, en lo que disfrutan. Eso es la necesidad de ser comprendido.
Yo la he vivido, sobre todo el segundo año que estaba corriendo. Y es una sensación muy extraña. Te hace preguntarte, “¿por qué hago esto?”. Es melancolía. Es hastío. Bajón. Luego te das cuenta que lo haces, porque tu cuerpo te llama, porque vas en el coche de vuelta del trabajo, y vas pensando cuántos minutos podrás correr, qué circuito elegirás, qué ropa te pondrás y si lloverá. Y eso lo piensas porque disfrutas con lo que haces. Y eso no se puede explicar. Lo que más rabia me da, es que cuando yo estaba fuera de este mundo, inconscientemente, tampoco comprendía a la gente que hacía eso. Y eso es demoledor.
Al final la solución es cambiar el chip. Tienes que darte cuenta de que el problema lo tienes tú; que lo que tengas que hacer, lo tienes que hacer, por encima del resto de las cosas, por encima del resto de la gente. Por supuesto, sin llegar a la obsesión y siempre, equilibrando el trabajo que empleas con los resultados. No se puede controlar lo que los demás piensen de ti. Eso sí, asumir esto cuesta mucho trabajo, por lo menos en mi caso. Muchos días de darle vueltas a la cabeza, de pensar si empleando más tiempo en esta loca afición te alejará de la gente, dejarán de contar contigo. Pero hay que superar ese miedo. Hay que pensar que la gente que está a tu lado, lo está por encima de muchas cosas y que, siempre con buenas intenciones por delante y con la verdad, nada hay que temer.
Pasará el tiempo y algunos se quedarán en el camino. Con otros, en cambio, reforzarás lazos. Y otros se quedarán a tu lado comprendiéndote a su manera, sin condiciones. A todos los que están en el camino serán a los que le brindes tus éxitos. Demostrárselo, no te cortes. Os aseguro que yo he disfrutado igualmente viviendo los éxitos que compartiéndolos. Es lo más bonito junto con la experiencia personal que uno se lleva.
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